miércoles, 30 de marzo de 2022

Poesía contra la Guerra: Pedro Salinas

Pedro Salinas Serrano (Madrid, 27 de noviembre de 1891-Boston, 4 de diciembre de 1951). Escritor, filólogo, y profesor, como poeta forma parte de la Generación del 27. 
Matriculado en Derecho, no concluye estos estudios, y dos años después inicia la carrera de Filosofía y Letras en la Universidad Central de Madrid, doctorándose en 1917 con una tesis sobre ilustraciones del «Quijote».
Con 20 años, interesado en la poesía, busca una libertad formal en el ritmo y rima que le haría destacar entre sus contemporáneos, publicando en la revista «Prometeo» sus primeros versos. Publica su primer libro de poemas «Presagios» en 1924, y ya trasladado en Madrid, a finales de los años 20, trabaja en el Centro de Estudios Históricos junto a Ramón Menéndez Pidal. Desde 1933 fue director de la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo en Santander. Durante la guerra civil española, es invitado por el Wellesley College (Boston), donde dio clases hasta 1939, para luego pasar a la John Hopkins University de Baltimore. La obra de Pedro Salinas destaca, en general, por ser un intento de defender ls valores ideológicos más altos y desinteresados de la cultura europea anterior a la Segunda Guerra Mundial. Su honda humanidad nos lo presenta preocupado por descubrir en el lado oscuro de las cosas, aquello que las explica y nos ayuda, de paso, a encontrar nuestro propio camino.
Su obra poética está dividida tres etapas: inicial o de poesía pura, de plenitud o amorosa y del exilio: Primera etapa: «Presagios» (1924), «Seguro azar» (1928) y «Fábula y signo» (1931) 
Segunda etapa: «La voz a ti debida» (1933), «Razón de amor» (1936), y «Largo lamento» (1939)
Tercera etapa: «El contemplado (1946)», «Todo más claro y otros poemas» (1949), y «Confianza», título póstumo y sugerido por su amigo Jorge Guillén de sus poemas recogidos durante 1942-1944 y 1955.
Nuestros alumnos Alejandro Guerra Barnes, José Ángel Carrasco Álvarez y Alexandre de Jesús Botello Dos Santos nos recitan Cero.

Cayó ciega. La soltó,
la soltaron, a seis mil
metros de altura, a las cuatro.
¿Hay ojos que le distingan
a la tierra sus primores
desde tan alto?
¿Mundo Feliz? ¿Tramas, vidas,
que se tejen, se destejen,
mariposas, hombre, tigres,
amándose y desamándose?
No. Geometría . Abstractos
colores —sin habitantes,
embuste liso— de atlas.
Cientos de dedos del viento
una tras otra pasaban
las hojas
—márgenes de nubes blancas—
de las tierras de la tierra,
vuelta cuaderno de mapas.
Y a un mapa distante ¿quién
le tiene lástima? Lástima
da una pompa de jabón
irisada, que se quiebra;
o en la arena de la playa
un crujido, un caracol
roto
sin querer, con la pisada. 
Pero esa altura tan alta
que ya no la quieren pájaros,
le ciega al querer su causa
con mil aires trasparentes.
Invisibles se le vuelven
al mundo delgadas gracias:
la azucena y sus estambres,
colibríes y sus alas,
las venas que van y vienen,
en tierno azul dibujadas,
por un pecho de doncella.
¿Quién va a quererlas
si no se las ve de cerca?

Él hizo su obligación:
lo que desde veinte esferas
instrumentos ordenaban,
exactamente: soltarla
al momento justo.

Nada.
Al principio
no vio casi nada. Una
mancha, creciendo despacio,
blanca, más blanca, ya cándida
¿Arrebañados corderos?
¿Vedijas, copos de lana?
Eso sería...
¡Qué peso se le quitaba!
Eso sería: una imagen
que regresa.

Pedro Salinas 

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