viernes, 1 de abril de 2022

Poesía contra la Guerra: Ángela Figuera Aymerich


Ángela Figuera Aymerich, (Bilbao, 1902 - Madrid, 1984) Poetisa española. Se inició en la poesía dentro de una línea que puede considerarse heredera de Antonio Machado por su apego a lo cotidiano y paisajístico. La preocupación por el mundo femenino constituyó una de las marcas temáticas de su obra: llevó a su quehacer poético el mundo de la esposa y madre de familia que era, aunque alejándose de tópicos e idealizaciones. Sus dos primeros libros se incluyen en esta etapa y son Mujer de barro (1948) y Soria pura (1949). Posteriormente, la influencia de Gabriel Celaya llevó a Ángela Figuera a la poesía social, en la que se inscribirá el resto de su obra, desde Las cosas como son (1950) hasta títulos como Vencida por el ángel (1951), El grito inútil (1952), Los días duros (1953) y Belleza cruel (1958).

La voz poética de Ángela Figuera fue silenciada y acallada durante muchos años como consecuencia de la coyuntura que se vivió en España a raíz de la guerra civil. Mientras una gran mayoría de intelectuales y artistas partió hacia el exilio, Ángela Figuera permaneció en España, lo cual motivó, todavía más si cabe, el ostracismo al que se vio sometida la poeta, que ha sido, afortunadamente, recuperada y reivindicada por la crítica feminista como una de las voces más interesantes y originales de la poesía española de postguerra.

El poema que vamos a escuchar de esta gran poeta es Éxodo. Todas las guerras provocan un éxodo masivo de refugiados de los cuales la gran mayoría son mujeres y niños. No podíamos acabar esta actividad sin dedicar un poema a esas mujeres que viajan solas con sus hijos en brazos huyendo, dejando atrás todo lo conocido para empezar de nuevo en otro lugar.

Éxodo 

Una mujer corría.
Jadeaba y corría.
Tropezaba y corría.
Con un miedo macizo debajo de las cejas
y un niño entre los brazos.

Corría por la tierra que olía a recién muerto.
Corría por el aire con sabor a trilita.
Corría por los hombres erizados de encono.

Miraba a todos lados.
Quería detenerse.
Sentarse en un ribazo y con su hijo menudo.
Sentarse en un ribazo y amamantar en paz.

Pero no hallaba sitio.
No encontraba reposo.
No lograba la pausa sosegada y segura
que las madres precisan.
Ese viento apacible que jamás se interpone
entre el pecho y el labio.

Buscaba cerca y lejos.
Buscaba por las calles,
por los jardines y bajo los tejados,
en los atrios de las iglesias,
por los caminos desnudos y carreteras arboladas.
Buscaba un rincón sin espantos,
un lugar aseado para colocar una cuna.

Y corría y corría.
Dio la vuelta a la tierra.
Buscando.
Huyendo.
Y no encontraba sitio.
Y seguía corriendo.

Y el niño sollozaba débilmente.
Crecía débilmente
colgado de su carne fatigada.