lunes, 25 de noviembre de 2024

Contra la violencia de género

Casi una de cada tres mujeres sufre violencia a lo largo de su vida. El riesgo es especialmente alto para las niñas: 1 de cada 4 niñas adolescentes sufre maltrato por parte de su pareja.
Para miles de mujeres el ciclo de violencia de género culminó con un acto final y brutal: su homicidio a manos de la pareja o un miembro de la familia.
El femicidio (o feminicidio) es el asesinato intencional de una mujer o niña debido a su género. Es un problema universal y la manifestación más brutal, visible y extrema del ciclo de violencia de género que sufren las mujeres y las niñas.
La violencia contra las mujeres y las niñas puede y debe prevenirse.
ONU Mujeres
Nosotros también nos unimos a esta lucha. No queremos olvidarnos de todas esas mujeres que han sufrido  violencia por parte de sus parejas o exparejas. De todas aquellas que han fallecido, de todos los huérfanos que han dejado. Por eso, os proponemos una serie de lecturas que podéis encontrar en nuestra biblioteca y en la plataforma digital Librarium.

Algún amor que no mate de Dulce Chacón
No es que no quiera hablarte. Es que cuando te enfadas no sé qué decir. He estado callada toda la semana porque el lunes me diste muy fuerte. Y porque mandaste callar al niño cuando se puso a llorar, le levantaste la mano y casi le pegas también a él, y eso sí que no te lo puedo consentir.
Yo te dije que quería verte algunos domingos, por el chaval, pero que no nos obligaras a estar en la puerta, que no es así como quiero verte. Te supliqué que no me obligaras. Me quedé muda cuando me dijiste de aquella manera: ¿No querías verme los domingos? ¡Pues me vas a ver, pues me vas a ver!, y me llevaste a rastras a la puerta, ¡aquí me vais a ver, aquí, ¿te enteras?!; yo me quedé muda. Sé muy bien que no se te debe hablar si te pones así, porque tienes un pronto muy violento, por eso no te he hablado en toda la semana. Pero ya ves cómo hemos estado en la puerta, no te enfades más, te esperaremos todos los domingos si es lo que tú quieres.
No te enfades
Nada de Carmen Laforet

—Ninguna mujer sufriría lo que yo sufro, Andrea... Desde la muerte de Román, Juan no quiere que yo duerma. Dice que soy una bestia que no hago más que dormir, mientras su hermano aúlla de dolor. Esto, dicho así, chica, da risa... ¡Pero si te lo dicen a medianoche, en la cama!... No, Andrea, no es cosa de risa despertarse medio ahogada, con las manos de un hombre en la garganta. Dice que soy un cerdo, que no hago más que dormir día y noche. ¿Cómo no voy a dormir de día si de noche no puedo?... Vuelvo de casa de mi hermana muy tarde y a veces ya lo encuentro esperándome en la calle. Un día me enseñó una navaja grande que, según dijo, llevaba por si tardaba yo media hora más cortarme el cuello... Tú piensas que no se atreverá a hacerlo, pero con un loco así, ¡quién sabe!... Dice que Román se le aparece todas las noches para aconsejarle que me mate... ¿Qué harías tú, Andrea? ¿Tú huirías, no?
Alegría de Miguel A. Carmona del Barco

Cuando se cierra la puerta de la calle, me levanto y pego la oreja a la de mi habitación. Nada. Silencio total. Me siento y lloro: lloro durante un largo rato, un rato lento y ancho; un rato como un mar acostado y en calma.
La chica del tren de Paula Hawkins
Él ha cogido entonces la fotografía de ambos que tanto le gusta —la que hice enmarcar y le regalé por nuestro segundo aniversario de boda— y me la ha tirado a la cabeza tan fuerte como ha podido (por suerte, ha impactado contra la pared que había a mi espalda). Luego ha venido a por mí, me ha agarrado por los brazos y tras arrastrarme por el salón, me ha arrojado contra la pared opuesta, haciendo que me golpeara la cabeza con el yeso. Entonces se ha inclinado hacia delante con el antebrazo en mi tráquea y ha comenzado a presionar cada vez más fuerte sin decir nada. Ha cerrado los ojos para no tener que ver cómo me asfixiaba.


Morder la manzana de Leticia Dolera
Silencio. Yo seguía con el móvil. Me di cuenta de que el taxista me observaba por el retrovisor y disimulé, no quería entablar contacto visual ni conversar más. Llegamos a la rotonda y el hombre, en lugar de tirar hacia la calle que lleva a la Gran Vía y por lo tanto hacia mi casa, giró hacia el lado contrario. Le dije que no era por ahí. —Es un atajo —me contestó. Me extrañé, me puse en tensión. Dejé el teléfono y me concentré en la estampa de la Virgen que colgaba del retrovisor. Estaba plastificada y desgastada por los bordes, su mirada parecía triste, empecé a sentir compasión por ella, todo el día ahí, colgada, mirando con pena a las personas que se subían al taxi, con las manos sobre el pecho como una niña en su primera comunión. Su mirada triste y su cara de porcelana se tambalearon más de la cuenta; de repente, habíamos empezado a circular con dos ruedas encima de la acera. El taxista se estaba metiendo por los callejones de los cuarteles abandonados de Lepanto. Menos luz todavía. Menos gente todavía. Un desierto urbano lleno de recodos callejeros.
El encaje roto de Emilia Pardo Bazán
Este sueño me fascinaba cuando eché a andar hacia el salón, en cuya puerta me esperaba mi novio. Al precipitarme para saludarle llena de alegría por última vez, antes de pertenecerle en alma y cuerpo, el encaje se enganchó en un hierro de la puerta, con tan mala suerte, que al quererme soltar oí el ruido peculiar del desgarrón y pude ver que un jirón del magnífico adorno colgaba sobre la falda. Solo que también vi otra cosa: la cara de Bernardo, contraída y desfigurada por el enojo más vivo; sus pupilas chispeantes, su boca entreabierta ya para proferir la reconvención y la injuria... No llegó a tanto porque se encontró rodeado de gente; pero en aquel instante fugaz se alzó un telón y detrás apareció desnuda un alma.

Esperamos que os hayan resultado interesantes. Como siempre ¡Buena lectura! 

No hay comentarios:

Publicar un comentario